
Un nuevo escándalo de corrupción sacude a Colombia. Luis Carlos Reyes, director de la DIAN, destapó lo que muchos sospechaban pero pocos se atreven a denunciar: congresistas y políticos exigiendo puestos dentro de la entidad para sus allegados, como si el Estado fuera un botín personal.
Según Reyes, varios pesos pesados de la política nacional desfilaron por su oficina con el único objetivo de acomodar a sus amigos en cargos estratégicos dentro de la DIAN. En la lista revelada figuran nombres como Gregorio Eljach, actual procurador general y exsecretario del Senado; Armando Benedetti, jefe de despacho; José Antonio Ocampo, exministro de Hacienda; y Efraín Cepeda, entre otros.
Pero lo más indignante no es solo la desfachatez de estos personajes, sino la selectividad de sus peticiones. No pedían cualquier cargo, sino posiciones clave en las aduanas de Buenaventura, Cartagena y Barranquilla, zonas neurálgicas del comercio y la economía del país. Curiosamente, varios de los implicados pertenecen al Centro Democrático, el partido que se autodenomina el mayor opositor al gobierno de Gustavo Petro. ¿Ladran sobre la corrupción mientras hacen fila para el festín burocrático?
¿Y qué dijo Álvaro Uribe Vélez?
Ante la revelación de la lista, el expresidente Álvaro Uribe Vélez, máximo líder del Centro Democrático, intentó desmarcarse. En redes sociales, aseguró que no autoriza que miembros de su partido pidan puestos y contratos, y desafió a que cualquiera que lo haya hecho salga a la luz pública. Un mensaje que suena más a control de daños que a un verdadero acto de transparencia.
La política en Colombia: el circo de siempre
Este escándalo es solo una muestra más del gran teatro de la política en Colombia: en público se rasgan las vestiduras hablando de meritocracia y anticorrupción, pero en privado reparten el Estado como si fuera su hacienda personal. Mientras los ciudadanos pagan impuestos y lidian con una economía en crisis, los mismos de siempre se reparten el poder como una mafia intocable.
La política en este país no es más que un circo donde los políticos son los titiriteros y el pueblo, el eterno payaso que sigue creyendo en su show.