
Anoche, la calma del barrio Villanueva se volvió pura zozobra: dos tipos en moto lanzaron una granada al frente de la cárcel Villahermosa. El estallido sacudió la zona, dejó daños en la infraestructura, pero —milagrosamente— no hubo heridos.
La Policía salió a decir que ya están investigando y que todo apunta a los motociclistas como responsables. Pero la pregunta de la gente en la calle es otra: ¿de qué sirve tanto anuncio de “reforzar la seguridad” con tanques, militares y policías si los delincuentes hacen lo que quieren?
En Cali la violencia no descansa. Mientras las autoridades prometen y prometen, las balas, los hurtos y ahora las granadas siguen marcando el ritmo. La comunidad se siente sola, sin respaldo real.
El alcalde Alejandro Eder sigue en deuda. Mucho discurso de “estrategias”, de “acciones coordinadas”, de “planes especiales”, pero la realidad es que la ciudad arde y la confianza en la administración se desvanece.
La granada en Villahermosa no fue solo un ataque: fue otro recordatorio de que en Cali la seguridad es una promesa incumplida y que, por más uniformes en la calle, los criminales siguen llevando la ventaja.
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