
Lo que ocurrió en la discoteca Jet Set de Santo Domingo fue más que una tragedia: fue el cierre inesperado de una historia llena de música, lucha y sentimiento. Rubby Pérez, el eterno merenguero que tantas veces encendió los corazones del Caribe, no tenía pensado tocar ese día. El concierto había sido adelantado por decisión suya, quizá como un último regalo para su público… quizá como una despedida anticipada de los escenarios, pues ya venía hablando de su retiro.
Nadie imaginó que esa noche sería la última vez que se escucharía su potente voz en vivo. El techo del lugar colapsó, llevándose consigo más de 200 vidas, incluyendo la de Rubby. El país entero quedó de luto. Su hija, Zulinka, quien estaba con él esa noche, logró sobrevivir. El dolor de su partida retumbó no solo en República Dominicana, sino en toda Latinoamérica, especialmente en Colombia, donde sus canciones fueron himnos de fiesta, amor y desahogo.
Rubby Pérez no solo fue un cantante; fue un sobreviviente, un símbolo de pasión y entrega. Se fue justo cuando ya estaba pensando en decir adiós, no desde el silencio, sino desde la gratitud. Que su última presentación haya sido tan llena de entrega, aunque marcada por la tragedia, es una muestra de lo que fue siempre: un artista de alma completa.
Paz en su tumba. Gracias por tanto, Rubby.